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INTELIGENCIA EMOCIONAL Y ESTRÉS LABORAL EN DOCENTES
DE EDUCACIÓN ESCOLAR BÁSICA DURANTE LA PANDEMIA COVID- 19
Tania Camila Sommerfeldt Lutunske
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Universidad Nacional de Itapúa - Paraguay
Recibido: 12/12/2020
Aprobado: 28/12/2020
Resumen
Este trabajo aborda el tema de la Inteligencia Emocional y el Estrés Laboral en
docentes durante el periodo de cuarentena por la pandemia COVID-19. El factor
emocional se halla relacionado con la aparición de diversas patologías como el estrés, la
depresión, etc. teniendo un impacto directo sobre la salud y el bienestar (Perea, 2002,
citado en, Dueñas Buey, 2002). A su vez, la inteligencia emocional se encuentra
vinculada con la capacidad adaptativa, siendo considerada como uno de sus
componentes por diversos autores (Goleman, 1997; Shapiro, 1997; Bar-On, 1997) que,
debido a las circunstancias asociadas a la cuarentena, podría considerarse un factor
indispensable para el desenvolvimiento exitoso de cualquier ser humano. El objetivo de
la investigación fue determinar el nivel de Inteligencia Emocional y el grado de Estrés
Laboral en docentes de Educación Escolar Básica durante la pandemia COVID-19. El
enfoque implementado fue mixto, de corte transversal, con un diseño de triangulación
concurrente (DITRIAC), siendo las técnicas el Inventario de Inteligencia Emocional de
Bar-On (I-CE) (Ugarriza Chávez, 2003) y el MBI en su adaptación española (Marslach
y S. E. Jackson, 1997). Mediante un muestreo no probabilístico, por conveniencia, la
muestra estuvo compuesta por 12 docentes (6 de sexo masculino y 6 al femenino). Los
resultados revelaron un Cociente General en Inteligencia Emocional en igual proporción
en los niveles “Alto” y “Medio” en 10 docentes. En líneas generales, los varones
obtuvieron mejores puntajes, registrándose principalmente en los componentes: Manejo
del Estrés, Estado de Ánimo General, Adaptabilidad e Intrapersonal. En el componente
1
Lic. en Psicología con énfasis en Psicología Clínica y Laboral. Universidad Nacional de Itapúa.
taniacsl94@gmail.com.
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Interpersonal, las mujeres consiguieron los mejores puntajes. El MBI reveló la presencia
de mayor estrés en docentes del sexo femenino, quienes obtuvieron puntuaciones más
altas en las dimensiones de Cansancio Emocional y Despersonalización; los varones en
cambio, obtuvieron mayores puntajes en Falta de Realización Personal. Al comparar los
datos del Cociente General de Inteligencia Emocional y los resultados del MBI, se
observa una reciprocidad, en donde la mayor parte de los individuos que obtuvieron
puntuaciones categorizadas como altas en el Cociente General, registraron valores más
bajos en las dimensiones que configuran el MBI, demostrándose que, a mayor nivel de
Inteligencia Emocional, menor grado de estrés laboral se presenta en los docentes.
Palabras-clave: Inteligencia Emocional, Estrés Laboral, Pandemia COVID-19.
Introducción
La concepción de la inteligencia ha evolucionado a través de los años. Las
habilidades o capacidades que la integran han abarcado mucho más que el razonamiento
lógico-matemático. Un gran salto a la evolución de la concepción lo dio Gardner (1983)
a través de la teoría de Inteligencias Múltiples. Introdujo dentro de sus postulados siete
tipos de inteligencias, relativamente independientes una de otras. Entre ellas se
encontraban las inteligencias intra e interpersonal, referidas como la capacidad de un
individuo para tener acceso a la vida interna, permitiéndole mediante ello, la
discriminación de sentimientos, emociones y vivencias subjetivas; y a la capacidad
encauzada hacia la detección de estados anímicos, motivaciones o intereses de los
demás (Mora Mérida y Martín Jorge, 2007). Esto propició al surgimiento de uno de los
términos más revolucionarios en torno al tema, el de “inteligencia emocional”.
Aunque su popularidad se dio gracias al libro publicado por Goleman (1995), el
concepto de Inteligencia Emocional como tal floreció en manos de Salovey y Mayer
(1990), quienes siguiendo los lineamientos teóricos de Gardner la concibieron como una
inteligencia genuina, basada en el uso adaptativo de las emociones y su aplicación a
nuestro pensamiento (Fernández Berrocal y Extremera Pacheco, 2009). Sin embargo, su
importancia otorgada en el mundo empresarial lo logró Goleman al realizar estudios en
dicho ámbito. Al respecto, expuso sus alcances y beneficios en el campo de la
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administración (Trujillo Flores y Rivas Tovar, 2005). Desde el punto de vista del
Goleman (1995), la inteligencia emocional es una cualidad indispensable para el
desarrollo integral del ser humano. Puede resumirse en: conocer las emociones propias,
habilidades para manejarlas, motivarse a mismo, habilidad de reconocer las
emociones de los demás y la capacidad de establecer relaciones sociales.
Existen números modelos sobre inteligencia emocional, pero uno de los más
destacados es el Modelo de las Competencias Transversales, desarrollado por Baron en
1997, el cual define a la Inteligencia Emocional como “un conjunto de capacidades,
competencias y habilidades cognitivas y no cognitivas, que influencian la habilidad
propia de tener éxito al afrontar aspectos del medio ambiente” (citado por Brito,
Santana, y Pirela, 2019, p. 28).
La estructura del modelo de Baron (1997) se encuentra integrada por cinco
componentes principales, que se desglosan en 15 factores. La Inteligencia Intrapersonal
es el primer componente, definida por Martínez Zarandona (2005) como un compendio
de sentimientos y pensamientos íntimos, que logran facilitar la relación entre el mundo
interno de un individuo y su experiencia exterior (García Gómez, 2006). Se conforma
por los subcomponentes Comprensión emocional de mismo, Asertividad,
Autoconcepto, Autorrealización e Independencia; el segundo componente es el de
Inteligencia Interpersonal, incluye, la Empatía, las Relaciones Interpersonales y la
Responsabilidad Social, y “es la representación de estados internos de otras personas
(considerándolas como objetos sociales), los cuales incluyen complejas estructuras
como son las intenciones, preferencias, estilos, motivaciones o pensamiento, entre
otras” (Castelló y Cano, 2011, p. 24); el tercer componente es el de Adaptabilidad. La
adaptación en este contexto no hace alusión a una actitud pasiva o reactiva, sino a una
activa e interactiva, lo cual necesariamente incluye el hecho de adaptar el entorno a las
necesidades y demandas propias y con ello, hacer que sea vivible o habitable (Fierro,
1997). La adaptabilidad según el modelo de las competencias transversales se integra
por los subcomponentes Solución de problemas, Prueba de realidad y Flexibilidad; el
Manejo del estrés es el cuarto componente. La conducta de afrontamiento hacia el
estrés, es de suma importancia debido a que, además de ser principal protagonista para
lograr el dominio de las demandas en una situación estresante, establece la manera en la
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que se activa el organismo. Las consecuencias derivadas de estas determinarán que esos
comportamientos sean considerados como correctos o incorrectos por el individuo. Lo
que hace que una conducta logre volver a repetirse o no en un futuro no es la supuesta
corrección e incorrección, sino su eficacia para lograr cambiar la situación (Guerrero
Barona, 2003). Los subcomponentes que la configuran son Tolerancia al estrés y
Control de impulsos; finalmente el último componente del modelo es el de Estado de
ánimo en general, configurado por los subcomponentes de Felicidad y Optimismo. Al
hacer referencia a este componente resulta necesario diferenciarlo con la emoción en
misma, que es un estado afectivo de activación fisiológica breve, dado como respuesta a
ciertos estímulos. Puede tener como consecuencia la alteración de la conducta habitual.
Por el contrario, el estado de ánimo dura más tiempo y es menos intenso, además puede
llegar a cristalizarse en un estilo anímico concreto (Conangla, 2014).
Estos componentes y subcomponentes son considerados por este modelo como
parte integral de una serie de competencias de índole emocional - social,
interrelacionadas que influyen en el comportamiento de un individuo (Brito, Santana, y
Pirela, 2019). Es así que el desarrollo de la inteligencia emocional resulta fundamental
para un desenvolvimiento exitoso en un mundo dinámico y cambiante. Su falencia se
halla estrechamente relacionada con numerosas problemáticas en torno al bienestar
humano, no solo en el ámbito individual, sino también en otras esferas de la vida como
lo es la laboral.
Uno de los problemas más frecuentes en el contexto de la labor humana es el
llamado estrés laboral. Desde una perspectiva biológica, el estrés es considerado como
un estado de tensión psicológica que desencadena cambios fisiológicos del organismo
frente a una situación percibida como amenazante. Si bien este estado es evolutivamente
necesario para lograr la supervivencia humana, en la actualidad diversas investigaciones
han planteado la existencia de dos tipos de estrés, uno negativo y otro positivo. El
distrés, definido como un estado de tensión psíquica que se experimenta como una
sensación de malestar, y el eustrés, como un estado de tensión psíquica que estimula la
activación necesaria para lograr la realización de actividades (Arias Gallegos, 2012).
El estrés pasa por una serie de etapas que propician el desarrollo de un episodio.
La primera es la etapa de alarma, desencadenada por la aparición de una situación de
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tensión o elemento causante de estrés, favoreciendo la suba de adrenalina y el aumento
de angustia. Posteriormente, si el tensor resiste, se llega a la etapa de resistencia, en
donde la persona activa sus recursos para enfrentarlo, pudiendo atacar al tensor de
forma directa o emplearlo para la generación de mayor energía y productividad. Si los
tensores perduran y producen daños de índole psicológico o fisiológico, se presenta la
última etapa, la de agotamiento (Atalaya, 2001).
Según Peiró (2008), aunque las experiencias individuales subjetivas constituyen
un indicador que revela su intensidad, lo que no implica limitaciones a un enfoque
individual, el estrés laboral es un fenómeno colectivo, condicionado de manera social a
través de diversos procesos organizacionales y culturales en los cuales se encuentra
envuelto el colaborador. A, el estudio del estrés laboral requiere de una evaluación
subjetiva de los estresores laborales presentes en una profesión (citado por Oramas
Viera, 2013).
Cuando el estrés laboral perdura en el tiempo, se origina la posibilidad de
desarrollar el llamado “Síndrome de Burnout”. Desde una perspectiva psicosocial
Maslach y Jackson (1980, 1981, 1985 y 1986) afirman que se trata de un fenómeno
tridimensional desarrollado principalmente en aquellos profesionales cuyo objeto de
trabajo son los seres humanos. Estos autores señalan tres dimensiones que caracterizan
al síndrome.
La primera de ellas es la de Agotamiento emocional, definido como el
cansancio y fatiga manifestado en forma física, psíquica o la combinación de ambas. Es
la sensación de “no poder más ni consigo mismo, ni con los demás”. La segunda
dimensión es la de “Desperzonalización”, entendida como el desarrollo de sentimientos,
actitudes, respuestas negativas, distantes y frías hacia otros individuos. La
despersonalización se encuentra acompañada de un incremento de irritabilidad y una
pérdida de motivación dirigida hacia la labor. A su vez, el profesional afectado trata de
lograr un distanciamiento con las personas destinatarias de su trabajo y con los propios
miembros de su equipo. Adopta una actitud cínica, irritable, irónica e inclusive recurre
al uso de etiquetas despectivas, atribundoles la culpabilidad de sus frustraciones y
bajo rendimiento laboral. Ambas dimensiones se encuentran asociadas con la falta de
“Logro o realización profesional y/o personal”, que surge cuando hay una verificación
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de que las demandas exceden las capacidades personales de atenderlas de manera
competente. Supone la presencia de respuestas negativas hacia mismo y su trabajo,
evitando las relaciones personales/profesionales, teniendo un bajo rendimiento laboral,
incapacidad de tolerar la presión y una autoestima baja. De esta manera, se asume que el
Síndrome de Burnout es el resultado del agotamiento emocional, la despersonalización
y el bajo logro o realización personal (citado por Guerrero Barona, 2003).
No existe una causa única y general para el desarrollo de dicha patología, son
diversas las situaciones que pueden desencadenarla. El año 2020, se ha caracterizado y
será recordado a lo largo de la historia por el surgimiento de una de las pandemias más
graves que se han visto en la edad contemporánea, la del COVID-19 caracterizada por
ser altamente contagiosa, lo que ha obligado a adoptar todo tipo de medidas para evitar
su propagación, una de ellas, y la más destacada, es la del aislamiento social.
La situación de cuarentena, el encierro, el impacto dentro de la economía
mundial derivado de la suspensión de muchas de las actividades laborales, sumado al
miedo propio que genera esta enfermedad, ha desencadenado una creciente ansiedad en
general. Los diversos cambios como consecuencia de la construcción de una nueva
normalidad, se convierten en situaciones propicias para el desarrollo de diversas
patologías. Este acontecimiento y las dificultades vinculadas con la labor humana,
sumada a los propios de la vida personal, se convierten en condiciones propicias para la
aparición del estrés laboral, requiriendo la activación en los individuos de todos sus
recursos psicológicos internos para lograr su manejo y respectiva sublimación. Es en
este contexto en donde la inteligencia emocional puede representar un factor de éxito
para el buen desenvolvimiento de un individuo en todas las esferas que integran su vida.
Es por ello que esta investigación tuvo por objetivo establecer el nivel de
Inteligencia Emocional y el grado de Estrés Laboral existente en docentes de educación
escolar básica, primer y segundo ciclo del distrito de Capitán Meza durante el periodo
de cuarentena escolar de la pandemia COVID- 19 en el año 2020. Con base en ello se
establecieron dos objetivos específicos: determinar el nivel de Inteligencia Emocional, e
identificar el grado de Estrés Laboral existente en los docentes.
Metodología
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Se trata de un estudio no experimental, descriptivo, de enfoque mixto (cualitativo y
cuantitativo), con corte transversal. Se desarrolló una triangulación concurrente
(DITRIAC) para la recolección y análisis de datos. La población sujeta a estudio fue la
de docentes de educación escolar básica del primer y segundo ciclo del distrito de
Capitán Meza del departamento de Itapúa. Mediante un muestreo no probabilístico por
conveniencia, la muestra estuvo conformada por 12 docentes, 6 del sexo masculino y 6
del femenino.
Los instrumentos de recolección de datos utilizados fueron, primeramente, el
Inventario de Inteligencia Emocional (Baron, 1997) para mayores de 15 años, adaptado
en Lima- Perú por Nelly Ugarriza en el año 2001. Este instrumento está destinado a
medir varias habilidades y competencias relacionadas con la inteligencia emocional.
Cuenta con un total de 133 ítem a responder, configurados mediante 15 factores de las
inteligencias personal, emocional y social (Ugarriza, 2001). El segundo instrumento
empleado fue el Cuestionario de Maslach Burnout Inventory (MBI) en su adaptación en
español de C. Marslach y S. E. Jackson (1997), publicado en Madrid, destinado a la
medición de la incidencia del Síndrome de Quemarse en el Trabajo, también
denominado, Síndrome de Burnout. Cuenta con 22 ítems que abarcan tres subescalas,
agotamiento emocional, despersonalización y reducida realización personal (Arquero
Montaño y Donoso Anes, 2006). Finalmente se aplicó un cuestionario
sociodemográfico con el fin de hallar las variables sexo, edad y años de servicio
docente. Todos los instrumentos fueron aplicados a través de formularios vía online
mediante la plataforma Google Drive.
Análisis de los resultados
Los resultados obtenidos tras la aplicación de los instrumentos seleccionados, si
bien no pueden ser generalizables debido a la poca representatividad de la muestra,
revelan en cuanto al nivel de Inteligencia Emocional predominante en los docentes de
educación escolar básica, primer y segundo ciclo, un Cociente General (CG) medio y
alto, en igual proporción en 10 de los individuos, habiendo solo dos sujetos de estudio
que obtuvieron puntuaciones categorizadas como bajas.
Al comparar los puntajes del CG con las variables sociodemográficas indagadas, se
observa que los mejores resultados fueron obtenidos por el sexo masculino, a pesar de
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que la puntuación más alta registrada fue por una fémina. Igualmente, dos de ellas
fueron las que lograron las puntuaciones ubicadas en los niveles bajos. Estos datos
discrepan con los resultados obtenidos en el estudio de validación de este mismo
instrumento realizado en Lima, Perú, por Nelly Ugarriza (2001), en donde no se halló
una varianza significativa en cuanto al CG entre varones y mujeres. Este mismo estudio,
a su vez contempló diferencias significativas en función a la edad, encontrando que el
CG tiende a incrementarse con la edad, siendo los de mayor edad los que alcanzaron
mayores puntajes promedio, en especial del grupo comprendido entre los 44 y 54 años
seguido por el de 35 a 44, viéndose a su vez que esta comienza su incremento a partir de
los 25 años de edad y disminuye ligeramente a partir de los 55 años (Ugarriza, 2001).
En cuanto a la edad en la muestra estudiada, esta se halló comprendida entre 37 a 68
años, siendo las puntuaciones bajas halladas en las féminas cuyas edades fueron de 37 y
42 años, las puntuaciones medias en hombres de 41, 48 y 63 años, mujeres de 45 y 47
años; en cuanto a las puntuaciones más altas obtenidas en la escala, fueron encontradas
en mujeres de 38 y 52 años y varones de 41, 45 y 48 años. Sin considerar el sexo, de las
5 puntuaciones más altas obtenidas en los sujetos de estudio, 3 de los individuos caen en
la coincidencia de edades de mayor puntuación esperada.
Al analizar los componentes y subcomponentes que configuran el Inventario de
Inteligencia Emocional (Baron, 1997), los resultados arrojan que las mujeres obtuvieron
los mejores puntajes en el componente Interpersonal y los varones en los componentes
restantes (Estado de ánimo general, Manejo del estrés, Adaptabilidad e Intrapersonal).
Estos datos concuerdan con un estudio de inteligencia interpersonal percibida realizado
en una población en Caracas- Venezuela, en donde el análisis general expone que las
mujeres estiman poseer un nivel más alto de este tipo de inteligencia que los hombres,
asumiendo tener mayores capacidades para mantener relaciones sociales estables
(González, González, Lauretti, y Sandoval, 2013). Un dato resaltante en cuanto al
componente Interpersonal son los resultados obtenidos en el subcomponente de Empatía
(EM), en donde el sujeto de estudio de sexo femenino que obtuvo las puntaciones más
bajas en prácticamente todos los componentes y subcomponentes restantes calificó con
el valor más alto en EM. Si bien sus puntuaciones están altamente influenciadas por la
personalidad subyacente de la docente, una consideración alternativa podría darse con la
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llamada “implicación empática excesiva” que, como factor de riesgo, puede causar daño
al relacionamiento interpersonal hasta la propia salud mental, así como el propio
proceso educativo, causando además una propensión hacia el desarrollo del síndrome de
quemarse en el trabajo (Martínez y Pérez, 2011); dato que también concuerda con los
resultados obtenidos con la aplicación del MBI, en donde dicha docente fue calificada
como el sujeto de estudio con mayor riesgo de sufrir el Síndrome de Burnout.
Para determinar el grado de estrés laboral en los docentes se aplicó el MBI en su
adaptación al español de 1997. Si bien este instrumento no contempla la combinación
de sus dimensiones, para la obtención de una puntuación total- final existe un acuerdo
general entre los diversos autores en que se habla de la presencia de un riesgo grave o
alto de Síndrome de Burnout cuando se obtienen puntaciones altas en las dimensiones
de Cansancio Emocional (CE) y Desperzonalización (DP), logrando a su vez una baja
puntuación en Realización personal (RP). Las demás puntuaciones obtenidas se
consideran como la existencia de un riesgo moderado, siendo las puntuaciones
calificadas como de nivel bajo dentro de las dos primeras sub-escalas y alta en la última,
como la ausencia o leve riesgo de Burnout (Jiménez Blanco, Frutos Llanes, y Blanco
Montagut, 2011). Con base en ello, en la muestra estudiada no se halló ningún individuo
que posea los niveles adecuados en las tres dimensiones para determinar la presencia del
Síndrome de Burnout, cayendo la mayor parte de ellos dentro de la categorización de
riesgo “moderado” de padecerlo, encontrándose 7 individuos dentro de esa categoría, la
mayoría perteneciente al sexo femenino (4 mujeres y 3 varones) y 5 individuos que
puntuaron bajo en la escala (3 varones y 2 mujeres), estableciendo la presencia de un
riesgo del síndrome “leve o ausente”.
En cuanto a las dimensiones, los datos arrojan que las mujeres obtuvieron las
puntuaciones más altas en CE y DP. Los resultados en el CE coinciden con los estudios
de Maslach (1982) quien halló que las mujeres advierten mayor y más intenso CE que
los hombres. Con respecto a la DP, se observa una discordancia con los estudios
realizados por Monte y Peiró (1997) quienes encontraron una mayor varianza en DP en
los hombres (docentes) (citado por Moriana Elvira y Herruzo Cabrera, 2004). En la
dimensión de RP fueron los varones los que obtuvieron los valores s bajos. Esto
discrepa con los datos de Maslach y Jackson (1981), quienes encontraron evidencias de
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la presencia de menor RP y mayor CE en las mujeres (citado por Moriana Elvira y
Herruzo Cabrera, 2004).
Al comparar los resultados obtenidos en el CG del Inventario de Inteligencia
Emocional y las dimensiones del MBI, se vislumbra que los individuos que obtuvieron
las mayores puntuaciones consideradas de nivel “Alto” en el CG, obtuvieron como
resultados dentro de las sub-escalas CE, DP y RP valores dentro del nivel bajo,
recordando que los valores bajos en RP son considerados con la presencia de altas
puntuaciones en esta dimensión.
Solo se hallaron dos excepciones en la muestra estudiada, en dos féminas. La
primera, a pesar de obtener un nivel bajo en CG, obtuvo riesgo ausente en el MBI, pero
ello se podría explicar al analizar la variable sociodemográfica os de servicio, en
donde la docente expresó tener tan solo 3 años de antigüedad dentro de la profesión. La
segunda fémina puntuó con un nivel alto en CG, pero con un riesgo moderado en el
MBI al obtener valores altos en la dimensión CE. Aunque no existe un relacionamiento
causal en los datos recogidos que podrían explicar los valores mencionados, podría
argumentarse su asociación con la personalidad subyacente de la docente, así como
también a las circunstancias de pandemia misma o el contexto en el cual se desenvuelve
en su diario vivir.
Conclusiones
La inteligencia supone mucho más que la capacidad de resolver algún problema
dentro del mundo de las ciencias exactas. En la actualidad, se reconocen múltiples
formas de su manifestación y una de ellas es la emocional. Gracias a las amplias
características que la conforman y su impacto sobre los diversos roles en la existencia
del ser humano, ha sido apreciada no solo dentro de la envergadura clínica sino también
en el quehacer profesional, en el área laboral u organizacional, donde su buen desarrollo
ha sido sinónimo de mucho más que lograr una buena capacidad adaptativa, alcanzar la
autorrealización, o lograr un buen desempeño y productividad profesional. Ahora,
también es apreciada como un estado de salud y bienestar óptimo al proporcionar al
individuo la posibilidad de desenvolverse en un entorno tan cambiante, en donde la
ansiedad e incertidumbre parecen ocupar el papel principal y en donde cada día las
circunstancias se transforman y el mundo trasmuta hacia estados desconocidos. El año
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2020 y el surgimiento de una de las pandemias más grandes, la del COVID- 19, ha
afectado a todos. Las circunstancias de aislamiento y los cambios de las dinámicas
normales a nivel social han propiciado el surgimiento de diversas patologías, inclusive
dentro del entorno laboral como lo es el estrés laboral.
Es por ello que esta investigación se centró en establecer el nivel de Inteligencia
Emocional y el grado de Estrés Laboral existente dentro de una de las poblaciones más
afectadas por la pandemia, la de los docentes de educación escolar básica, primer y
segundo ciclo.
Los resultados obtenidos revelan un nivel de inteligencia emocional en el
cociente general predominante en igual proporción dentro de los niveles “Alto” y
“Medio” en 10 de los sujetos de estudios, con los puntajes mayores obtenidos por los
varones que conformaron la muestra. En cuanto a los componentes, las féminas
obtuvieron los mejores resultados en el componente Interpersonal, siendo las mejores
puntuaciones obtenidas en los cuatro componentes restantes por los del sexo masculino.
Al indagar el grado de estrés laboral, se encontró en las principales dimensiones que
lo conforman, de manera general, una mayor presencia de riesgo de padecer el síndrome
de Burnout “moderado”. En cuanto a dimensiones que configuran el instrumento, las
mujeres exhibieron un mayor grado de cansancio emocional y despersonalización; en
cambio los varones obtuvieron puntuaciones más bajas en realización personal o falta de
logro.
Al realizar una comparación entre los niveles de inteligencia emocional y los grados
de estrés laboral, se percibe una correlación positiva al comprobarse que, a mayor
puntuación en el cociente general de inteligencia emocional, menor puntaje en las
dimensiones que configuran el síndrome de Burnout. Por tanto, se presentan un menor
grado de estrés laboral, dando un aumento en las valoraciones de cada dimensión a
medida que las puntuaciones en torno a la inteligencia emocional decrecen.
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