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LA EDUCACIÓN EN TIEMPOS DE VIRTUALIDAD COMPULSIVA:
REFLEXIONES ACERCA DEL IMPACTO DE LAS POLÍTICAS DE
AISLAMIENTO EN EL CAMPO EDUCATIVO
Andrés Hernández
1
Universidad Nacional de Córdoba - Argentina
http://orcid.org/0000-0001-7736-5241
Recibido: 09/05/2020
Aprobado: 25/05/2020
Resumen
El presente artículo ofrece a título exploratorio algunas reflexiones en torno a las
experiencias de virtualización de las experiencias educativas, en el marco de las políticas
de aislamiento preventivo implementadas en Argentina frente a la pandemia global del
Covid-19. Se describe el impacto de la primera fase de la cuarentena obligatoria en el
sistema educativo, para luego presentar algunos resultados de una encuesta en la que se
indagó acerca de los usos, saberes y dificultades que caracterizan los modos en que
docentes y estudiantes se vinculan con las tecnologías de la información y la
comunicación (TIC) en procesos educativos. Se trata de una lectura que intenta dar cuenta
de algunos de los desafíos a los que nos enfrentemos, en tiempos en que la virtualización
ha irrumpido reconfigurando los escenarios y horizontes posibles del campo educativo.
Palabras clave: educación virtual; plataformas; desigualdad.
Abstract
This article offers some exploratory reflections on the experiences of
virtualization of educational experiences, within the framework of the preventive
1
Doctor en Ciencias Antropológicas (Universidad Nacional de Córdoba). Becario Postdoctoral
del IAPCS-UNVM/CONICET. Correo Electrónico: undher@gmail.com
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isolation policies implemented in Argentina against the global pandemic of Covid-19.
The impact of the first phase of compulsory quarantine on the educational system is
described, to then present some results of a survey that inquired about the uses, knowledge
and difficulties that characterize the ways in which teachers and students are related to
information and communication technologies (ICT) in educational processes. It is a
reading that tries to account for some of the challenges that we face, in times when
virtualization has broken in reconfiguring the possible scenarios and horizons of the
educational field.
Keywords: virtual education; platforms; inequality.
Introducción: del Malware al Firewall
Home office, e-learning y homeschooling eran hasta hace poco tiempo conceptos
y prácticas absolutamente desconocidos para gran parte de la sociedad argentina. Pese a
que esta clase de conceptos forman parte de una extensa lista de anglicismos que muchas
veces han sido instrumentados de diversos modos según las posiciones político-
ideológicas que se sostienen a nivel institucional, no podemos negar el hecho de que esa
completa exterioridad se ha hecho presente en nuestras vidas cotidianas en un abrir y
cerrar ventanas. Claro que su traducción se volvió necesaria, en la medida en que el propio
fenómeno se masificó. Uno de los aspectos novedosos del caso es que la actual
reconfiguración de las dinámicas y procesos de enseñanza y aprendizaje que estamos
transitando hoy se deben fundamentalmente a factores y fuerzas que son exógenas
respecto del sistema educativo y que sin duda desbordaron a este último. Al igual que casi
todo lo que ocurre al interior del propio sistema, aunque esta vez con algunas novedades
que no pueden soslayarse, casi sin darnos cuenta, aquellas ilustraciones que se preparaban
para graficar la expansión del Covid-19 a escala planetaria pasaron de mostrar un par de
burbujas en el sudeste asiático a exhibir una suerte de representación abstracta -y
completamente indescifrable en término estadísticos- del continente europeo y un Estados
Unidos que muy pronto exigió ser analizado estado por estado.
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Con el correr de los días esta crisis comenzó a ser pensada como algo que nos
atraviesa como humanidad toda, aunque sin dudas falta aún rendir cuentas de por qué en
cierto momento de la expansión de la pandemia, Italia o España resaltaban más que Irán
a los ojos del mundo virtual, pese a exhibir datos de mortandad equivalentes. En cualquier
caso, desde el hemisferio Sur se dio crédito casi inmediato a la universalización del
miedo. Así, el virus inundó cada espacio vital imaginado, dejando atrás muy pronto las
re-traducciones y análisis geopolíticos y clasistas de los vectores de contagio del virus.
Una vez que el Covid-19 logró desembarcar en el territorio de cada uno de los países de
la región, los peores miedos se hicieron realidad y los problemas no pararon de
multiplicarse.
Hoy podemos decir que si hay algo que se avivó a partir de la expansión a escala
planetaria de esta pandemia es la conciencia universal acerca de la virtual precariedad que
caracteriza nuestro estar aquí, en este mundo, por más relativa que resulte la mortandad
real. En este sentido, el rostro del Otro como demanda ética (Butler, 2006, pág. 174)
proliferó como un modo de humanización que una vez más reafirmó las condiciones
desiguales de representación. ¿Cuánto sabemos y hemos visto de los médicos y médicas
que enfrentan diariamente la pandemia en Europa? ¿Y en África? ¿Y en Medio Oriente?
Pues así de grave es la situación.
Este vertiginoso fenómeno trajo consigo al menos dos de las ironías que nos tenía
guardadas hasta ahora el siglo XXI, como una suerte de respuesta ante las manifestaciones
y procesos socioculturales más recientes y que han logrado acaparar nuestra atención. Por
un lado, la viralización de un contenido no deseado que no puede ser controlado,
eliminado ni enviado a la papelera de reciclaje y, por el otro, el cierre de todas las fronteras
en un mundo supuestamente transnacionalizado. En medio de este complejo e impensado
escenario, han proliferado así una serie de emergentes que nos recuerdan que estamos
hiper-conectados y, por lo tanto, a merced de los flujos comerciales y migratorios. Pero
al mismo tiempo, y en aparente sentido inverso, es inevitable pensar que aquello que el
terrorismo islámico apenas volvió imaginable en algunos países y regiones hace un par
de décadas, fue logrado a escala global en unas pocas semanas por estos microscópicos
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agentes infecciosos (Han, 2020, pág. 110). Así, los Estados-Nación echaron mano casi de
inmediato a toda clase de doctrina de la seguridad nacional para cerrar fronteras, puertos
y aeropuertos, ocupando los espacios públicos con todas las fuerzas de seguridad
disponibles. Esta verdadera cristalización de las paradojas involucra, sin lugar a dudas, la
disolución de ciertos límites demarcatorios -a los que todavía estábamos acostumbrados-
entre lo natural y lo cultural, lo biológico y lo artificial, lo real y lo virtual, siempre al
calor de la tensión entre la capacidad performativa de los medios masivos y ubicuos de
comunicación y del propio Estado.
Ocurre que al redirigir algunas de estas consideraciones al campo educativo, la
complejidad del asunto no termina de multiplicarse. ¿Qué ocurre cuando repensamos las
experiencias y trayectorias educativas en medio de esta clase de paradojas que incluyen
la fluidez de los vínculos y flujos virtuales, pero también la proliferación de ciertos límites
y barreras físicas? A continuación, y como un modo de abordar esta interrogante, se
ofrecen algunas reflexiones a partir de los avances de investigación que se enmarcan en
el proyecto de Investigación “Trayectorias de Nivel Superior”, radicado en la Universidad
Nacional de Villa María (Córdoba, Argentina).
Del DNU al TT: #EducateEnCasa
A partir del menú de respuestas posibles que los Estados (y los mercados)
desplegaron frente a las advertencias y recomendaciones de la Organización Mundial de
la Salud, el gobierno argentino optó por la sanción de un Decreto de Necesidad y Urgencia
-el Nº297-, que estableció la medida de “aislamiento social, preventivo y obligatorio” por
un período de 12 días, que luego sería extendido en varias oportunidades. Más temprano
que tarde esta cuarentena obligatoria tuvo efectos palpables, tanto en la vida de quienes
habitan suelo argentino como de quienes hasta el día de hoy siguen buscando el modo de
regresar al país, luego del cierre de las fronteras y la suspensión de todos los vuelos
internacionales. A partir de las 00:00 horas del viernes 20 de marzo las rutinas, hábitos y
libertades de las y los ciudadanos fueron clasificadas según se tratarán de actividades y
servicios esenciales o no esenciales. Si bien el texto del citado Decreto no decía nada
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respecto al funcionamiento del sistema educativo, en algunas provincias como Jujuy y
Misiones (por coronavirus y dengue, respectivamente) ya se había declarado la
emergencia sanitaria el 12 de marzo, por lo que se había suspendido las clases
inmediatamente en los niveles inicial, primario y secundario. Esta decisión fue tomada en
Córdoba el 16 de marzo. En el caso de las Universidades y otros Institutos de Formación
Superior, los cronogramas fueron modificados trasladándose el inicio de clases a los
primeros días de abril. El carácter autárquico de las Universidades pudo ser capitalizado
en este sentido, aunque obligó a tomar decisiones con gran celeridad en un período breve
de tiempo. Esto abrió dos escenarios diferentes.
En el caso de los ciclos que integran la educación obligatoria, el hecho de que en
algunos distritos ya hubieran comenzado las clases obligó a suspender y reprogramar las
actividades sobre la marcha. Esto impactó sin dudas en una serie de misivas erráticas que
dieron lugar luego a nuevas aclaraciones y rectificaciones. Hacia fines de abril, algunas
provincias seguían sin esclarecer aún las condiciones respecto del régimen de asistencia
o de evaluación e, incluso, seguían dando batalla a la confusión acerca entre “suspensión
de clases”, “educación virtual” y “educación a distancia”. Por otra parte, en el caso del
nivel superior se contó con cierto margen para correr los plazos, dando algún tiempo para
acordar estrategias y definir la modalidad que adoptarían las clases mientras duraran las
medidas de prevención. Ambos escenarios inaugurados por la cuarentena obligatoria
dieron lugar a la búsqueda desesperada por aprovechar al máximo la capacidad instalada,
recuperando las distintas experiencias y herramientas que habían sido desarrolladas hasta
hoy en el terreno de la educación virtual. Esto no hizo más que poner en tensión ciertas
diferencias y desigualdades que, si bien estructurales, no habían encontrado aún las
condiciones que las volvieran completamente visibles. Fue entonces que este nuevo
escenario de redes y barreras comenzó a tornarse, en algún sentido, liminal.
La “netbook, el “WhatsApp” y las aulas virtuales
Hasta hace poco tiempo los procesos y estrategias educativas mediadas por las
nuevas tecnologías ocupaban apenas un lugar marginal o complementario dentro del
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sistema educativo formal. Algunos trabajos han dado cuenta de esto en los países de la
región, al tiempo en que insistían en la necesidad de incorporar las TIC en los procesos
educativos, incluso como un modo de desestructurar y modificar aquellos escenarios y
prácticas más tradicionales y, en algunos casos, decimonónicas. Esta es una observación
que se confirma al prestar atención a aquellas dinámicas que son más habituales en los
niveles que comprenden la educación obligatoria en nuestro país. Si bien en el nivel medio
durante los últimos años se ha registrado un avance significativo de horas y clases
virtuales, también es cierto que estas experiencias se reducen a cierta clase de
instituciones educativas, en su mayoría de gestión privada o con una propuesta de
formación abiertamente asociada a las nuevas tecnologías. En este sentido, no se trata de
una política de amplio espectro, sino más bien de una cuestión supeditada a cada proyecto
educativo, respaldado institucionalmente o encarnado por ciertos estilos de gestión y
dirección. Esta suerte de mirada hegemónica acerca de las tecnologías como una
herramienta más o menos desaprovechada permite comprender, en alguna medida, que
hasta ahora los avances más significativos se dieran en aquellas líneas de investigación
que proponen dar cuenta de las desigualdades que caracterizan y condicionan las
experiencias educativas, aún en vías de digitalización.
Sin dudas la implementación del llamado Programa Conectar Igualdad (la
principal política de alcance universal aplicada en Argentina, siguiendo el modelo 1 a 1)
dio lugar a una gran cantidad de trabajos y reflexiones acerca del vínculo entre educación
y nuevas tecnologías, renovando muchos de los debates que habían tenido lugar durante
la primera década del siglo XXI. En este sentido, las investigaciones que evaluaron el
impacto de este programa se enfocaron en la brecha digital y en los avances y retrocesos
logrados en materia de inclusión. Así, distintas líneas de indagación han dado cuenta de
las desigualdades, como así también de los conflictos y tensiones que dicho programa
implicó (Benítez Larghi, Lemus, & Welschinger Lascano, 2014; Welschinger Lascano,
2017; Lemus, 2017; Zanotti & Arana, 2015), explorando además acerca de las formas de
apropiación de las tecnologías por parte de los jóvenes y las formas de producción de
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conocimiento que estas inauguran (Morales, 2018; Armella, 2016; Aguiar, Capuano,
Diez, Fourés, & Silin, 2016).
Más recientemente, se ha planteado la necesidad de profundizar una perspectiva
crítica, avanzando sobre una noción mucho más compleja de alfabetización digital, que
de algún modo deja atrás aquella vieja clasificación que ordenaba a los actores según se
tratara de nativos o inmigrantes digitales. Algunos trabajos han llegado a insistir en
la necesidad de enfocarse en las instancias de mediación y articulación de políticas y
actores, lo cual exige complementar políticas de alcance universal con medidas más bien
focalizadas, que presten atención a la realidad de cada institución (Benítez Larghi, 2020).
En ese caso, se vuelve especialmente relevante saber qué está pasando en las instituciones
educativas y cómo se están utilizando las tecnologías, en el marco de los procesos de
enseñanza y aprendizaje. Esto exige, de algún modo, reorientar la mirada hacia la calidad
educativa y la llamada brecha cognitiva, que parece profundizarse en los territorios
digitales contemporáneos.
Según los primeros datos de una encuesta aplicada a nivel nacional durante los
meses de marzo y abril
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, el 27,39% de los docentes manifiestan no haber utilizado nunca
la plataforma Moodle (rebautizada como Aula Virtual en algunas instituciones) y el 7%
jamás oyó nombrarla. Al desagregar los niveles de educación obligatoria de la educación
superior se observa una diferencia relativa que debe ser tenida en cuenta. El 63,7% de los
docentes de los niveles inicial, primario y secundario habían utilizado anteriormente
Moodle y el 47,8% su equivalente, Classroom. En el caso de los docentes de nivel
superior estos números ascienden a 79,5% para el primero, y descienden a 20,4%, para el
segundo.
2
La encuesta que venimos desarrollando en el marco del proyecto de investigación “Trayectorias
de Nivel Superior” (Universidad Nacional de Villa María), con con una primera fase de
aplicación entre el 27 de marzo y el 15 de abril de 2020, siguiendo un método de muestro no
probabilístico por bola de nieve. La muestra (n=384) incluye a docentes (40,9%) y estudiantes
(59,1%) de 16 distritos, de todos los niveles educativos, que se desempeñan en instituciones de
gestión pública (76,8%) y privada (23,2%), bajo modalidades presencial, semi-presencial y a
distancia.
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Si bien es posible reconocer experiencias en las que la plataforma Moodle ha
llegado a ocupar un lugar importante en el diseño y la planificación de ciertas asignaturas,
su utilización parece ser algo más corriente en las universidades que en los ciclos de la
educación obligatoria. Cuando se presta atención a sus usos y apropiaciones debemos
decir que hasta ahora su función estaba asociada más bien a un modo de apoyar o
complementar las clases presenciales, garantizando llevar información relevante con la
mayor celeridad posible. Esto se complementaba con otras herramientas también
utilizadas por los equipos de cátedra con esta misma finalidad, como el correo electrónico
o los grupos de WhatsApp. Cuando indagamos acerca de la utilización de estas otras
herramientas de comunicación (cuyo diseño original no se corresponde con fines
específicamente educativos), los datos confirman esta misma noción de
complementariedad, aunque su uso está más extendido aún, pues el 87,2% de los docentes
y el 92,9% de los estudiantes han utilizado el servicio de mensajería instantánea como
soporte durante las clases.
Quedarse en casa y salir a buscar
Si hay algo que está fuera de toda duda es el hecho de que, hasta el inicio de la
cuarentena obligatoria implementada en nuestro país, no todos los docentes y estudiantes
conocían las herramientas online u offline disponibles para mediar procesos de enseñanza
y aprendizaje. Muchos menos las habían incorporado o utilizado en el marco de las
prácticas pedagógicas más habituales, como las etapas de diagnóstico, evaluación,
devolución, corrección o autocorrección.
Así es que con el correr de los días fueron bajando a cuentagotas algunas
resoluciones y recomendaciones desde los Ministerios, pasando por las Secretarías, las
Inspecciones y Direcciones para llegar finalmente a los propios docentes. Como ya
dijimos más arriba, al momento de decretarse la suspensión de las clases presenciales, el
ciclo lectivo de la educación obligatoria ya había sido oficializado en algunos distritos.
Esto obligó a los mandos medios y directivos a tomar algunas decisiones más o menos
inmediatas, instando a los docentes a trabajar a partir de las herramientas que tuvieran a
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su alcance. Sin embargo, pocos días después debieron revisar algunas prácticas
comunicando nuevas orientaciones y recomendaciones. En esto tuvo mucho que ver la
circulación virtual amplificada por los medios de comunicación más tradicionales de
ciertos reclamos acerca de las dificultades que el envío permanente de actividades
diarias provocaba dentro de la incipiente rutina familiar, en los reconfigurados hogares.
Esto hizo desistir rápidamente a muchos docentes del esfuerzo por demostrar
ostensiblemente el nivel de productividad que es habitual en las aulas. De este modo,
funcionarios y directivos se vieron obligados a recordar la dedicación semanal de cada
espacio, la existencia de días feriados no laborales y la importancia de no sumar elementos
que generaran nuevas conflictividades en el seno familiar. Claro que esto derivó en un
proceso ciertamente ambiguo, en la medida en que aún resulta difícil vislumbrar una
frontera clara entre el horario laboral y no laboral, dado que los correos electrónicos y
mensajes vía WhatsApp no parecen distinguir días ni horarios.
Por otra parte, en el caso de las Universidades Nacionales argentinas, debido a su
carácter autárquico, la agenda de trabajo resultó más flexible. Tras disponerse el
corrimiento del calendario académico, se trasladaron los plazos administrativos (lo que
incluyó la consustanciación de concursos, entregas de informes, rendiciones, etc.), para
luego suspenderlos “hasta nuevo aviso”. Esto dio el tiempo suficiente a los equipos
técnicos para abocarse a diseñar y programar talleres y capacitaciones en el uso de las
herramientas virtuales. Mientras las áreas administrativas siguieron trabajando
remotamente desde el correo electrónico y el acceso a los sistemas online, los equipos de
gestión se encargaron de coordinar el trabajo en función de los recursos humanos
disponibles. De este modo aparecieron áreas de Educación Virtual que hasta hace poco
tiempo eran completamente desconocidas por parte la comunidad educativa. En otros
casos, los propios equipos directivos debieron salir a responder por la demanda de
capacitación y formación. Así, comenzaron a circular toda clase de tutoriales e
instructivos más o menos caseros, tanto para el uso de la plataforma Moodle como para
otras aplicaciones que permiten realizar videoconferencias. La necesidad de realizar
reuniones virtuales fue quizás el disparador que obligó a docentes y equipos de gestión a
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explorar las distintas alternativas gratuitas y, excepcionalmente, pagas. Así, Zoom y más
tarde Jitsi, se hicieron de un lugar insospechado entre los recursos explorados por
docentes, directivos y funcionarios. Si bien en un primer momento esto hizo posible las
incontables reuniones que forman parte de la etapa de planificación, aquellas
herramientas se convirtieron luego, junto a YouTube, en la única experiencia de contacto
cara a cara entre docentes y estudiantes.
Un modo de graficar el boom virtual que caracterizó el uso de estas tecnologías
en el marco de las experiencias educativas, especialmente durante la primera fase de la
cuarentena, puede resultar de las propias herramientas que nos ofrece la web. Al
considerar los datos disponibles sobre las búsquedas que hicieron los usuarios de Google
durante el último mes, como se observa en la ilustración 1, se registra una verdadera
explosión entre los días 15 y 18 de marzo, especialmente en relación a aquellas llaves
como moodle, aula virtual, google classroom y zoom, para luego mantenerse
relativamente estable. Si bien estos datos deben ser considerados con cierta cautela, nos
ilustran la clase de procesos a los que se vieron empujados docentes y estudiantes por
igual. Pese a que en algunas instituciones nadie había pensado ni diseñado estrategias
propiamente virtuales para el primer semestre de 2020, todos se vieron igualmente
obligados a pensarse y a comportarse como docentes y estudiantes digitales.
Paradójicamente, el quedarse en casa significó salir a la web a buscar y descargar las
herramientas que permitieran a cada uno construir su propio avatar, lo que implicó un
verdadero ejercicio de ciudadanía digital.
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Ilustración 1. Comparativo de cantidad de búsquedas (Factor 1-100) en
Argentina, según categorías seleccionadas.
Fuente: Google trends
Diferencias y desigualdades digitales
Una de las cuestiones que más llama la atención es el tiempo y esfuerzo dedicado
por funcionarios, directivos y docentes a producir cierta clase de contenidos que requieren
del manejo de herramientas de edición. Claro que los resultados se mostraron muy
dispares, en la medida en que ciertas instituciones contaban entonces con experiencias
previas y equipos técnicos ya constituidos. Esto no impidió, sin embargo, que videos
filmados en primera persona comenzaran a circular con el objeto de comunicar algunas
directivas y recomendaciones, o apenas para dar un saludo de bienvenida. Probablemente
esta respuesta haya surgido de la necesidad de reponer el encuentro cara a cara, aún en
condiciones de prohibición, pero no de imposibilidad. También cabe pensar en la presión
inicial que debieron afrontar docentes y directivos respecto a demostrar niveles de
productividad mínimos, lo cual en algunos casos parece haber estado más cerca de su
máximo, dando cuenta de los altos niveles de autoexplotación que el teletrabajo
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moodle zoom google classroom aula virtual skype
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garantiza. En cualquier caso, como ya se dijo, esta suerte de presión o exigencia (interna
y externa) fue relajándose con el correr de los días en los niveles primario y secundario.
Esto, en la medida en que ganaron legitimidad ciertos discursos acerca de la importancia
de garantizar la salud mental y no agravar ciertas conflictividades en tiempos de
cuarentena, dado el completo desconocimiento que tenemos acerca de su propia
dinámica, lo que implica no poder garantizar respuestas eficaces. En medio de este
complejo escenario, lo que más debiera preocupar a funcionarios, docentes y directivos
es qué pasa al otro lado de la señal. Por más diversas y ricas que resulten las propuestas
que el propio sistema educativo pueda elaborar, hay un universo al otro lado de la pantalla
que debe ser explorado. Conectar en estos tiempos de clases virtuales no es algo sencillo
de lograr.
Según datos del Indec, sabemos que a fines de 2018 el 62,5% de los hogares tenían
computadora, mientras el 81,7% contaba con acceso a Internet. Esto no permite hablar de
universalización, aunque sí de una verdadera ampliación del acceso y la conectividad. A
esto cabe agregar algunos de los datos que pudimos relevar hasta ahora, según los cuales
el 27,3 y 40% de los docentes y estudiantes, respectivamente, manifiestan tener problemas
de conexión siempre o casi siempre, lo que incluye problemas en la carga o descarga de
datos (por saturación, caída del sistema, demoras y problemas con el servidor, entre
otros). En cuanto al dispositivo que utilizan con mayor frecuencia, el 29% de los
estudiantes señalan su celular, algo que debe ser tenido especialmente en cuenta a la hora
imaginar la escuela o la universidad en tiempos de virtualidad obligatoria. En este punto,
no debiera sorprendernos el hecho de que la principal problemática que surgió, en el
marco del creciente y vertiginoso proceso de virtualización de los procesos educativos,
haya sido el reclamo por la liberación de los datos de carga y descarga que se
corresponden con el uso de plataformas educativas. Vale destacar que, tanto el gobierno
nacional como los provinciales, hayan acordado con las empresas de telefonía móvil que
las distintas plataformas que se fueron habilitando en cada distrito no implicaran un gasto
de megas a los usuarios. Pero no hay que olvidar que aquellos videos y archivos de
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audio compartidos por otros medios como YouTube o WhatsApp, los más utilizados, por
cierto, seguirán representando un problema para los planes prepagos más austeros.
Reflexiones finales
La cuarentena ha cristalizado sin lugar a dudas en una experiencia caracterizada
por la falta de certezas, es decir, por la total incertidumbre. No obstante, sabemos de las
condiciones de desigualdad objetiva que están en la base de la distribución de los recursos
y los conocimientos que, intempestivamente, han pasado de ocupar un lugar marginal a
constituirse en el principal escenario de la educación virtualizada. Esta verdadera
digitalización de las experiencias de enseñanza y aprendizaje por la que estamos
atravesando no responde a directivas acordadas colectiva y democráticamente. Tampoco
forma parte de un proyecto claramente delimitado a mediano o largo plazo. En cambio,
se nos presenta como resultado de un conjunto de cticas que los actores van desplegando
a su paso, en territorios a veces completamente desconocidos. Así, explorar aparece como
la condición para crear, con lo cual enseñar y aprender se presentan como términos
intercambiables en un proceso de cortísima duración. Tutoriales, conferencias y clases
virtuales se multiplican a lo largo y ancho de las redes, expandiendo a su paso una oferta
educativa jamás vista hasta hoy en el mundo virtual.
Una de las cosas que hemos aprendido durante esta cuarentena, y que hasta ahora
parecía estar completamente fuera del currículo formal, es cómo habitar algunos espacios
de un mundo para muchos inexplorado. Esto fue necesario para producir y compartir
contenidos, para no quedar relegados a los márgenes de la virtualidad y los principales
flujos de información. Al igual que aquel dilema al que nos enfrentamos cuando miramos
la pequeña pantalla del celular en algún momento de descanso, en el campo educativo
hoy nos toca resolver q enviar, reenviar, descargar, guardar o borrar. Esta se nos
presenta como la traducción digital y no sabemos en qué medida coyuntural del qué
hacer, qué decir, qué enseñar y qué aprender. Por ahora, habrá que seguir actualizando
nuestro estado, seguir buscando y seguir preguntando. Si hay algo que pudimos apreciar
en estos días en que lo extraordinario se ha vuelto cotidiano, es el hecho novedoso de que
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la educación presencial y a distancia se hayan acercado tanto y en tan poco tiempo. Pero
es por su propia lógica constitutiva que, por mucho que se acerquen, jamás se tocan. No
se trata de la defensa ciega de una u otra, mucho menos de la imposición de una barrera,
sino de la complejidad y la especificidad que involucra uno y otro modo de habitar las
aulas.
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